martes, 9 de abril de 2013

DIEZ AÑOS DE VERGÜENZA

Fue tal día como hoy...lo recuerdo como si hubiera sido ayer, y ya han pasado diez años. El día anterior, se nos encogió el corazón, viendo a uno de los políticos más respetados de la democracia, destrozado, llorando la muerte de su hijo. Julio Anguita Parrado murió cuando salía de un blindado norteamericano, por la explosión de un mortero iraquí. Su padre, roto, hecho un muñeco en las manos del cruel destino, maldijo lo más alto que le alcanzó la voz, al Presidente del Estado Español, José María Aznar. Ese fantasma nos había metido meses antes en una guerra, riéndose en la cara de millones de españoles que habían tomado las calles, fotografiándose en las Azores con otro tres payasos más: Tony Blair, Goerge W. Bush y Durao Barroso. Cuán sedientos estaban de sangre estos cuatro bufones, qué machos, cuando el que va a asistir a la locura de la guerra no es el que firma la sentencia de muerte de millones de seres humanos, cuando el que va a empuñar el fusil no es su hijo...¿verdad?

Esa noche fue dura, pero nada podía presagiar que la de aquel 8 de abril sería mucho peor. José Couso, ese   cámara con el que habíamos disfrutado de esos impresionantes partes de guerra de su amigo, Jon Sistiaga, había sido asesinado. Sí, ése es el adjetivo correcto. Porque ahora, diez años después, es cuando con la objetividad y el juicio que te dan las canas, me reafirman en que utilizo el verbo correcto: ASESINAR.

No voy a hacer ahora un resumen de todo lo que llevó a aquel carnicero llamado Thomas Gibson, a apuntar con total frialdad al Hotel Palestina, en el corazón de Bagdad, y acribillarlo de metralla con un proyectil de su precioso tanque israelí Abrams M1. Todo lleno de simbología, ¿no?.  ¿No caen? Israelí, proyectil, Palestina, gente indefensa reventada por el suelo.... ¿No?

Era tan sólo un aviso. Una declaración de intenciones. Ese misil dejó escrito en la pared: "Marchaos de aquí. No queremos testigos de lo que va a pasar a partir de mañana". Hoy, diez años después, casi tres millones de iraquíes desplazados, medio millón largo de civiles muertos, un país arrasado y dividido, y un odio visceral de la población a todo lo que huela a occidental. Enhorabuena, señores bufones de las Azores, si lo que pretendían era enseñar a los ciudadanos iraquíes una lección de democracia, se han bañado de gloria.

Diez años después, ¿dónde estamos? Pues todos los días del año, Irak tiene su ración particular de 11 de septiembre. El país está en manos de un ejército de 300.000 mercenarios (más de la mitad en nómina de la empresa de seguridad del asesino que era ministro de defensa de George Bush)...todo queda en casa. Tony Blair, presidente de la organización de la ONU en las conversaciones de paz en Oriente Medio. ¿De verdad que no había otro inepto que no tuviera las manos manchadas de sangre?
Durao Barroso, Presidente de la Comunidad Europea. Y José María Aznar...forrado hasta las cejas, asesor de la empresa petrolera de George W. Bush, dando conferencias de 30.000 € en la Universidad Católica de Georgetown, asesor de Endesa para Sudamérica (240.000 € anuales), con su mujer (aún más incompetente que él), alcaldesa de Madrid, y permitiéndose el lujo de sacar una peineta cada vez que alguién le recuerda aquella maldita foto en las Azores...Ojalá se hubiera atragantado con la pluma con la que firmó.

La vida no ha tratado mal a esta banda de asesinos, ¿verdad? Mucho mejor sus tranquilas vejeces que las de la madre de Couso, que tuvo que enterrar a su hijo, y asistir al escarnio público de ese monigote que no movió ni un dedo para exigir al Imperio que se hiciera justicia. Diez años después, ella llora a su hijo, y él, frío, duro, impasible, se va a un spá con su ultracatólica señora, a reponerse de la tragedia del Madrid Arena...el día siguiente. En fin, no nos vamos a sorprender ahora de la dureza del corazón de este trozo de carne sin sangre,  llamado Aznar. Diez años después, España se despierta viendo por la tele a militares españoles pateando hasta la muerte a prisioneros indefensos, en un acuartelamiento de Irak. Hay que ver lo rápido que aprendemos buenos modos de nuestros amigos yankis. Diez años después, nos enteramos de que nuestros soldados no fueron allí a poner tiritas, ni a repartir chuches a los niños...y de que cuecen habas en todos lados. 

EE.UU. sigue sin firmar su compromiso con el Tribunal Penal Internacional de La Haya. sabe que si lo hace, asesinos como Gibson  y como el que le ordenó disparar, tendrán que responder ante la justicia, y pagar por las salvajadas cometidas entre tanta gente inocente. Por cierto, sólo China, Arabia Saudí y... Vaticano, no han firmado de entre los países del Consejo de Seguridad de la ONU. Da que pensar....¿no? Yo siempre he tenido claro quiénes eran mis amigos, y quiénes no. 

Esta noche, mi espacio es para ti, José...donde quieras que estés. Hoy, casi inconscientemente, he vuelto a repasar el maravilloso libro que tu amigo Jon te brindó como homenaje : "Ninguna guerra es igual a otra". Debería ser de lectura obligatoria en colegios e institutos, porque el recuerdo, la memoria, es lo único que pone a los asesinos en el patíbulo de la historia, y a los inocentes, resarcidos de su dignidad y heroísmo.
Que el juez Pedraz no decaiga en su ánimo, y vea algún día a los carniceros que te mataron sentados delante de él. Mientras tanto, que no descansen una noche sin ver tu rostro, y el de los que murieron ese día a tu lado, en el Hotel Palestina y en la emisora de Al Yazzira.



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