ESCRACHE.
Funa
en
Chile, Roche en Perú, y Escrache en Argentina, Uruguay y España.
En el Río de la Plata del siglo XVIII, el escracho
era sinónimo de estafa, y parece tener su origen en la palabra scraccé, introducida por comerciantes
genoveses, y que aludía al retrato de una persona fea. Según la Academia
Argentina de las Letras, es la “acción de
denuncia pacífica popular, en contra de personas acusadas de violaciones de
derechos humanos o corrupción, y que se realiza mediante actos tales como
sentadas, cánticos o pintadas frente a su domicilio particular o lugares
públicos”.
Y es que es así como nació este
modo de protesta ciudadana, democrática y pacífica. En 1995, la asociación de
derechos humanos HIJOS, realizó los
primeros escraches, para denunciar al mundo la vergüenza de los indultos que
concedió el presidente Carlos Menem, a los genocidas de la reciente dictadura
militar. Proceso de Reorganización Nacional se llamó a la farsa que dejó libres
a los mismos monstruos que, casi veinte años después, están siendo procesados
por el Tribunal Supremo Argentino y muchos de ellos, condenados a cadena
perpetua. No se ha llegado a esta revisión de la historia por la gracia de
Dios, sino por la acción popular constante… y el escrache ha sido el arma
definitiva de los olvidados, y de las víctimas.
Teatro callejero frente al
domicilio del escracheado, pintadas
en el asfalto, parrillada en la acera, pancartas, concentraciones y… si nada de
lo anterior prosperaba, bombardeo de huevos en la fachada. Y veinte años
después, parece que el clamor popular ha hecho estremecerse a la diosa
Justicia.
Aquí, al otro lado del charco, el
tratamiento del escrache está siendo bien distinto. A sabiendas del poder de
convocatoria, y del caldo de cultivo que es la situación actual de humillación
y olvido de las víctimas de los desahucios, del paro, etc… Mariano Rajoy lo quiere erradicar en seco. Da
igual que tenga que pasar por encima de los derechos constitucionales del
pueblo español (libertad de expresión, de reunión, de libre circulación…),
total, ya los ha pisoteado cada vez que le ha parecido.
El Ministro de Interior, en una
orden sin precedentes desde los tiempos de la dictadura, ha ordenado a la
Policía Nacional identificar y detener a todo ciudadano que se manifieste
realizando un escrache a un político. No ha tardado más de un año en hacer
suyas las palabras de aquel Manuel Fraga, Ministro de Información de Franco,
que pregonó sin sonrojarse –“…la calle es mía”. La está usted pifiando, Sr.
Ministro, y mucho, porque muy lejos de apaciguar los ánimos, está usted
vertiendo gasolina a las calles. La Confederación Española de Policía, el
Sindicato Unificado de Policía, Jueces para la Democracia, Izquierda Unida,
Sindicatos y asociaciones de derechos humanos ya han reaccionado, tachando de
auténtica bestialidad propia de dictadura bananera, su orden inquisitorial.
“Proteger a un político
amenazado, como a cualquier ciudadano, es una función de la Policía Nacional
que no necesita recordatorio del Ministro de Interior. Pero identificar y
detener a alguien, sin cometer una infracción, es una barbaridad.” Son palabras
de José Mª Benito (portavoz del S.U.P.) y de Ignacio López (C.E.P.). Lo dicho,
Sr. Fernández Díaz, está usted a punto de incendiar las calles, y es tan obtuso
que le va a costar el puesto su soberbia.
Ya lo dijo el General Espartero: “…eso lo arreglo yo con una compañía a caballo”.
De “vil y cobarde” ha tachado Rosa
Díez, presidenta de UPyD, las movilizaciones de la Plataforma de Afectados por
las Hipotecas. Ya hace tiempo que decantó usted sus preferencias, dando la
espalda al pueblo (aprobando la Reforma Laboral que tanto sufrimiento ha traído
al trabajador, guiños constantes al PP, mancillando a las mujeres maltratadas,
y ahora esto…). Ojalá se encuentre usted con el peor de los escraches posibles:
la pérdida total de la confianza de sus desengañados votantes.
Equiparar a los ciudadanos que
realizan escraches pacíficos con la kale
Borroka y con el entorno de ETA, como vomitó el retorcido cerebro de
Cristina Cifuentes ( Delegada del Gobierno en Madrid) hace unos días, merece
como mínimo su dimisión. Pero muy lejos de su retractación, su insensibilidad
ya está enviando a ciudadanos que no
han cometido delito alguno, a los calabozos. Me encantaría que pusiera el mismo
celo en ordenar a la Policía Nacional, que siguiera los pasos de su escurridizo
esposo, en búsqueda y captura desde hace varios años, por estafa.
Y para terminar el cuadro, el
mismísimo Presidente del Gobierno, en uno de esos atentados terroristas a la
oratoria a las que nos tiene acostumbrados, da por hecho que no va a aceptar ni
la dación en pago, ni la reforma de la
Ley Hipotecaria, en los términos
propuestos en la Iniciativa Legislativa Popular, a pesar del millón y medio de
firmas de apoyo.
Ojalá el escrache persiga a los
políticos corrompidos hasta sus frías tumbas. Ojalá no puedan descansar una
noche más sin maldecir el día que criminalizaron a gente inocente. Ojalá no
puedan dar un paso sin que una pancarta, una concentración o una cencerrada les
recuerden el día en que sacaron a relucir el fascismo que guardaban en sus
retorcidas mentes.
Les recuerdo a todos ustedes, malditos
bufones del poder, que fue el escrache del pueblo islandés el que hizo caer un
sistema democrático podrido, el que hizo dimitir al 75% de los diputados del
Congreso, el que metió en la cárcel a los banqueros corruptos y al Primer
Ministro, por arruinar al país, y el que hizo reescribir la Constitución de
Islandia.
Tomen nota, Don Mariano y su
séquito de payasos aspirantes a caciques, porque un día de éstos, igual
necesiten escolta policial hasta para respirar.
OJALÁ…
“La justicia es el pan del
pueblo, siempre está hambriento de ella”.
René de Chateaubriand
(1768-1848), diplomático y escritor francés.