IMPRESIONANTE
BANDERAS
“Cuando el pueblo
andaluz conozca su verdadera historia y esencia, aprenderá a obtener el poder
necesario para exigir el respeto a nuestra identidad, tan diferente de aquella
que intentan imponernos”
Blas Infante
(1885-1936).
Manuel José García
Caparrós era un trabajador de la factoría malagueña de Cerveza Victoria,
militante de Comisiones Obreras, que en una fría mañana del 4 de diciembre de
1977, se convirtió en leyenda…sin quererlo. Aquella mañana, muchos miles de
paisanos se presentaron pacíficamente ante la Diputación Provincial de Málaga,
para exigir la autonomía de Andalucía.
Una bala, disparada por
un “patriota” cobarde, agazapado entre las filas de la Policía Armada, le
atravesó el corazón. Su crimen: trepar al balcón de la Diputación, para colgar
una bandera blanca y verde, al lado de la amarilla y gualda. Caparrós cayó al
suelo, muerto ya, y el lugar donde murió se convirtió en improvisado altar, que
miles de malagueños llenaron de velas y flores. Unos fascistas de Fuerza Nueva
arrasaron el altar una noche, y la Policía Armada prohibió que se volviera a
erigir.
Ése es el enorme poder
de los símbolos. El sacrificio cruel de un ciudadano corriente por sus ideales
de justicia y libertad, a manos del fanatismo. Manuel José se convirtió en legendario
padre de nuestra causa, sin querer, pero con todo merecimiento a su memoria. En
1995, el Ayuntamiento de Málaga bautizó una calle con su nombre. En 2009, la
Diputación Provincial de Málaga lo declaró Hijo Predilecto de la Provincia a
título póstumo y, en 2013, ha sido nombrado, por fin, Hijo Predilecto de
Andalucía.
Un poco tarde, ¿no?
Sólo han tardado treinta y seis años en reconocer la importancia de su
sacrificio, pues fue sencillamente el detonante del clamor social que echó a
los andaluces a la calle y le dijo a aquel obtuso Gobierno: “hasta aquí”.
Sin embargo, algo no
estaba escrito en el aburrido guión de este último 28 de febrero. Otro
malagueño era nombrado (con todo merecimiento) Hijo Predilecto de Andalucía, y
casualidades de la vida, fue compañero de manifestación de Caparrós aquel 4 de
diciembre fatídico. Era D. Antonio Banderas.
Debo decir, que pocas,
muy pocas veces, un discurso ha conseguido tocarme las fibras como el que
pronunció Banderas ante todos los pomposos políticos que pululaban por aquel
teatro, ayer. Él demostró que su posición de persona pública, no debe dejar
pasar una ocasión así sin recordar a nuestra casta política el sufrimiento que
padece el pueblo que les mantiene en sus lujosos sillones. Él agradeció al pueblo
todo lo que le ha dado a lo largo de su vida, salpicada por la buena fortuna, y
al final, pronunció unas palabras que sinceramente, me arrancaron una lágrima.
D. Antonio, confirmando
mi concepto de que era un hombre comprometido, convirtió su premio en un
alegato a la figura de ese malagueño eterno, que jamás debe caer en el olvido.
Estuvo enérgico, a veces hasta insultante con la casta política, pero sobre
todo, humilde y entregado a un símbolo: Caparrós.
Cualquiera de nosotros
puede convertirse en otro Caparrós cualquier día. El fanatismo de los que
mantienen el poder establecido, la pérdida de democracia, el robo de la
dignidad de los ciudadanos, pueden convertirnos en mártires mañana mismo. Y
esto es lo que reivindicó Banderas en su discurso. Que el pueblo no puede
dormirse, no puede dejarse gobernar por los hombres peores, por corrompidos
empresarios y políticos que nos quieren devolver a la época de súbditos y
señores.
D. Antonio Banderas me
conmovió, como pocas veces un orador lo ha conseguido. Sencillamente, porque
las palabras le salieron del alma, entre lágrimas, demostrando que no sólo se
merece ser Hijo Predilecto de Andalucía, sino que se merece el respeto de todos
los que creemos en lo que defendió Manuel José García Caparrós aquella fría
mañana del 4 de diciembre de 1977.
Impresionante,
Banderas.
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