viernes, 1 de noviembre de 2013

HALLOWEEN


El que me conoce, sabe que mi pasión por la historia y sobre todo, por las tradiciones y antiguas leyendas, es superior a mí. Y heme aquí, que otro año más llegamos a esta noche del 31 de octubre, y quedamos inmersos en ese torbellino llamado Halloween y que, simplemente hurgando un poco entre los que te rodean, adviertes el desconocimiento absoluto de esta festividad, de las ancestrales tradiciones que la originaron y del repugnante negocio en el que tanto EE.UU. como Gran Bretaña y Canadá están empeñados en endosarnos.

No obstante, deberíamos tener presente que el Sanhaim, la celebración celta que fue el germen del Halloween actual, tiene más de tres mil años de antigüedad, o sea, unos mil quinientos más que la incorporación de los Reyes Magos (por ejemplo) a las festividades cristianas. Así que, como mínimo, se merece un respeto.

 Diferente es ese producto comercial, recauchutado anglosajón (tenderos como nadie) que nos están colando con vaselina. Hoy quiero alejar mi blog de mediocridad política y denuncia social, e intentar ilustrar un poco esta tradición, que cuanto más investigo, más apasionante me parece. También es verdad que mi gusto por las leyendas milenarias, perdidas en la noche de los tiempos, ayuda bastante.

El Sanhaim, “fin del verano” en lengua celta, llegó a Europa allá por el 1000 a.C., de la mano de este pueblo aguerrido venido de la zona del centro y sur de Asia. Se asentaron en el norte de España, Centro Europa, Islas Británicas y Rusia, pero donde realmente cuajaron con más fuerza las tradiciones celtas fue en Irlanda. El día 31 de octubre, se recogía todo el ganado de los prados y se guardaba en los establos, para afrontar el duro invierno. Esa noche se celebraba el Sanhaim, el fin del verano y el comienzo de la estación fría, el Año Nuevo de los celtas. Este pueblo, tremendamente supersticioso (no más que sus contemporáneos), creía firmemente que esa noche los espíritus de los difuntos podían poseer el cuerpo de los vivos y regresar a este mundo.

Era el día de la celebración de las cosechas de fruta, sobre todo la manzana. Era el día que se hacía inventario en los hórreos y despensas, para ver la provisión de víveres de cara al invierno. Era la noche en la que se sacrificaban animales, e incluso antiguamente personas, para vaticinar la próxima cosecha, bendecir a tu familia ante los dioses, protegerlos contra maldiciones y ahuyentar a los malos espíritus.

Los resucitados esa noche, vagaban por los caminos cercanos a los cementerios y los bosques, y llamaban a las puertas de las casas, exigiendo alimento, cerveza o whisky. Si la demanda no era satisfecha, la familia era maldecida, “Truco o Trato”, traducción literal del irlandés “Trick or Treat”. En recuerdo de esta tradición, los niños de hoy se disfrazan horripilantemente y visitan a sus vecinos, pidiendo golosinas.
Los antiguos celtas ensuciaban las fachadas de sus casas con sangre, cráneos y huesos de animales, para espantar a los molestos espíritus, y de aquí proviene el “tematizar” los hogares de manera siniestra en esta noche. Asimismo, la costumbre de disfrazarse a la usanza más bestial posible, es debido a que durante el Sanhaim, se prendían en las plazas de las aldeas enormes hogueras, a las que se arrojaban los restos de animales sacrificados, para apaciguar a los dioses en tan macabra noche. Las pieles, la sangre y los cráneos eran utilizados por los padres, para disfrazarse con aspecto sobrecogedor, y así presentarse como iguales ante los espíritus y ahuyentarlos. De esta guisa, las familias enteras saltaban sobre las hogueras, para redondear la fiesta.

 Cuando Roma conquista prácticamente todo el mundo celta, en el año 43 d.C., el Sanhaim es incorporado a la tradición romana, así como la Feralia (culto para honrar a los difuntos) y el festival de Pomona, celebración de la cosecha de frutos (manzana, principalmente) y la protección mágica de los árboles y los huertos. Ya en el siglo IV, con el emperador Constantino, Roma adopta el cristianismo como religión oficial y sigue impregnándose de esta fiesta pagana. En el siglo IIIV el Papa impone la celebración del Día de los Difuntos o Todos los Santos del 1 de noviembre, pero en Irlanda las autoridades pasan la mano durante siglos con las viejas tradiciones como el Sanhaim. En la isla, los más romanizados llaman a la celebración “All Hallowmas” (masa de todos los santos), pero los más tradicionalistas, celebran la noche anterior con ritos algo más civilizados y la llaman “All Hallows Eve” (víspera de todos los santos). Con la evolución de la lengua irlandesa, ha llegado a nuestros días como Halloween.

Esa misma noche, también se celebraba en ámbitos más íntimos el “Sabbath” (Noche de las Brujas), que en el mundo celta no eran consideradas tan siniestras como en el cristiano. De hecho, bruja en inglés se dice “witch”, que procede del sajón “wicca” (que no significa precisamente bruja, sino sabia). Eran mujeres tremendamente respetadas en el mundo celta. Curioso, como mínimo, ¿no? Con el catolicismo, llega el recelo hacia las “sabias”, y el 5 de diciembre de 1484, el Papa Inocencio VIII ordena en su bula Summis Desiderantis Affectibus, la persecución, tortura y muerte (horca o preferiblemente hoguera) de toda acusada de brujería. La Inquisición empezó su negra historia, pero fue curiosamente en los países protestantes donde se golpeó con más fuerza a estas mujeres, la gran mayoría acusadas injustamente. Relevante es el juicio de Liguria (Italia), en el que la noche de Halloween se ajusticiaron más de 400 mujeres en la hoguera, acusadas de brujería. Aunque con muchas menos víctimas, pero más mediatizado por el cine, el juicio de las brujas de Salem agrandó la leyenda negra. Estas escabrosas coincidencias de fechas, comenzaron a crear la atmósfera de terror y superstición cristiana que rodea esta festividad.

Desde la Edad Media y hasta hace relativamente poco tiempo, en noche tan señalada, se martirizaban en el fuego gatos negros (bajo sospecha de ser brujas transformadas) y sapos (usados en su supuestas pócimas diabólicas), para crear atmósfera siniestra, vamos.

A principios del siglo XIX, la Gran Hambruna Irlandesa empujó a centenares de miles de personas a emigrar a EE.UU. y Canadá, y es cuando Halloween entra las tradiciones norteamericanas. Minnesota, estado muy poblado por emigrantes irlandeses, se realizó el primer desfile de Halloween en tierras americanas. Pero es definitivamente la hegemonía del cine estadounidense de terror (“La noche de Halloween”, de John Carpenter, 1978), el que propaga esta morbosa festividad por el país, y la devuelve a Europa y Sudamérica, convertida en este gazpacho terrorífico-carnavalero-comercial que poco a poco se ha metido en nuestras vidas. Para acrecentar la leyenda negra de esta fiesta, nada mejor que un empujoncito.

 En la primera mitad del siglo XX, el temible y despiadado Ku Klux Klan, adoptó Halloween para interpretarlo a su retorcido estilo, llamándolo “Mischief Night” (Noche Traviesa), en la que realizaban salvajes matanzas de ciudadanos de raza negra, amarilla o india, o torturas públicas de cualquiera que se pusiera tiro…con la total permisividad de las autoridades. Vaya travesuras, ¿eh? A ver, cada uno respeta las tradiciones como le place.

Para poner un tono de humor entre tanta salvajada, voy a contar de dónde procede esa costumbre de ahuecar calabazas y dotarlas de ese siniestro aspecto. La susodicha calabaza se llama en irlandés “Jack-o-lantern” y obedece a la leyenda del siglo XVIII, de Jack el borracho, jugador y holgazán. En la festividad de Halloween, molestaba a sus vecinos exigiendo comida y whisky, bajo amenaza de terribles maldiciones, aderezadas con su fama de desquiciado (en la supersticiosa Irlanda, traía muy mala suerte matar a un loco).

El mismísimo Diablo, celoso de su celebridad y ataviado con aspecto humano, lo encontró en una taberna y confesó su intención de llevárselo al infierno, pero el astuto Jack le retó a que se convirtiera en una moneda de plata, para poder pagar su deuda con el tabernero. La soberbia de Satanás le perdió, pues Jack cogió la diabólica moneda de la mesa y se la metió en un bolsillo, envuelta en un crucifijo. Trampa mortal. El Diablo sólo pudo escapar de su prisión, cuando prometió al borracho inmunidad por un año. En incontables ocasiones, Lucifer intentó llevarse sin éxito al sagaz Jack, pero éste siempre se burlaba de él, y de paso conseguía un año  tras otro seguir torturando a los irlandeses con sus excesos.

Finalmente, la muerte le sobrevino y Jack no fue acogido ni en el Cielo (obviamente), pero tampoco en el Infierno. Eso sí, de paso se trajo una terrible maldición del Diablo en persona, condenado a vagar por el mundo hasta el Día del Juicio Final, arrastrando su miserable cuerpo y portando una linterna (un nabo ahuecado) por los senderos y bosques de Irlanda en las tenebrosas noches de Halloween. Lo sé, lo sé, en Irlanda las linternas se hacían con nabos, pero los primeros colonos irlandeses  trajeron más tarde la calabaza de América y la adoptaron para la tradición. Lo del rostro terrible esculpido, es la cara burlona y siniestra del inmortal Jack, atormentado por los siglos de penitencia. Para los anglosajones, las Jack-o-lantern son ahuyentadoras de espíritus, marcando las casas como lugares bajo la protección del desdichado fantasma irlandés.

Lo de pedir dulces por las puertas de los vecinos, es una costumbre relativamente nueva, de 1930, aunque se remonta a la tradición europea del “souling” (siglo IX) de ofrecer en la festividad del día 2 de noviembre (Día de los Fieles Difuntos) pan de bizcocho con uvas pasas (“soul cakes” o pastel de difuntos) a los pobres. Éstos regalaban a las familias, agradecidos, oraciones por sus muertos. A principios del siglo XX, ante la barbarie en la que se había convertido el Halloween estadounidense, las autoridades adoptaron el “souling” para la noche del 31 de octubre, para contrarrestarla. En los años treinta, se fomentó entre las familias, el acompañar a tus hijos a pedir dulces, para erradicar los desmanes de décadas anteriores.

También es famosa la tradición anglosajona de “Bobbing for apples” (Morder la Manzana). Meter la cabeza familias enteras en enormes barriles llenos de agua, en los que flotan manzanas. La tradición celta aseguraba que el primero o primera en morder una y sacarla del agua, sería el primero en casarse al año siguiente. Las manzanas, muy ligadas a esta fiesta irlandesa, se toman esta noche envueltas en caramelo, un caro manjar de dioses de hace unos siglos (por el precio del azúcar), sólo reservado para tus hijos en  el Año Nuevo de los antiguos celtas.

Bien, creo que esto es lo esencial de esta peculiar fiesta que se nos ha colado en nuestras vidas, y que cada cual adoptará a partir de ahora a su manera. Los norteamericanos e ingleses la viven como una orgía consumista de terror cinematográfico y de negocio desbordado. Los sudamericanos le dan un carácter más profundo y mágico, mezclado con sus antiguas tradiciones indias y de esclavos africanos traídos por portugueses y españoles. Y nosotros, sabe Dios, en qué la habremos convertido dentro de medio siglo. Un servidor, acaparador empedernido de alegría, de vida y de felicidad, la acoge como una oportunidad más de pasar una noche inolvidable, rodeado de tu familia y tus amigos. Una noche en la que uno se ríe de la muerte y la superstición, y se disfraza de monstruo o monje siniestro, en un satírico carnaval tenebroso. Una noche, en la que para tus adentros, entre risas y buena compañía, recuerdas a los que ya no están. Por mucho menos, hace dos siglos nos hubiera dado el bueno de nuestro Fernando VII El Deseado, garrote vil, tortura y un repaso de fuego lento.

Espero haber satisfecho la curiosidad del que quería conocer el origen de Halloween, su tradición y sus símbolos. Hay mucho más de lo que la fría industria comercial estadounidense quiere vendernos, un universo de leyendas que se remontan a los albores del mundo, de cuando Europa era joven y muy, muy bestia para sus ritos. En diciembre, publicaré un artículo contando la verdadera historia de la tradición de los Reyes Magos, de Santa Claus, y del producto comercial llamado Papá Noel, que al igual que éste, no va a dejar a nadie indiferente.


Hay que ver lo que ha cambiado el mundo.

Quiero dedicar este artículo, a mi entrañable amigo Juan Carlos, que desde hacía tiempo me animaba a difundir las tradiciones y leyendas irlandesas en torno a Halloween, para dotar de un sentido histórico y literario a esta festividad que el empresariado anglosajón ha convertido, tristemente, en un negocio... "su negocio".

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