CONDESA
A LA FUGA
Eran
las cuatro de la tarde, y el policía local de Madrid vio un Toyota Verso
aparcado en el carril bus. Hizo señas a su compañero, y se dirigió raudo a
sancionar (merecidamente) al ocupante del vehículo. Doscientos eurazos que le
iba a endosar al iluso conductor… pero, ay, no era su día de suerte.
No
era un madrileño más el conductor. Era Doña Esperanza Aguirre, ex Presidenta de
la Comunidad de Madrid, Presidenta del Partido Popular de Maadrid, Condesa
Consorte de Bornos y Grande de España, por su matrimonio con Don Fernando
Ramírez de Haro y Valdés, XVI Conde de
Bornos. La cara de ese pobre policía se tuvo que arrugar como una pasa, pero el
hombre apechugó y cumplió su deber, consciente de que ya era objetivo de
decenas de móviles espías. Le pidió la documentación y empezó a tramitar la
denuncia, como a cualquier otro madrileño pillado in fraganti.
Entonces
fue cuando salió a la luz la soberbia, la casta, la nobleza rancia de la Sra
Condesa, que le espetó un escueto –“¿Qué? Bronquita y multita, ¿no?”. La Grande
de España se cansó de recibir tanto castigo público, un insignificante
funcionario público la había devuelto al planeta Tierra, y la había tratado con
el mismo rasero que a cualquier ciudadano. Esto era más de lo que podía
soportar. Arrancó su vehículo, sin tiempo a que el agente le entregara la
multa, y arrolló su moto, tirándola al suelo. Salió como una posesa,
maldiciendo, y desoyendo las órdenes de “Alto” de los policías.
Otra
patrulla de la Policía Local, al ver darse a la fuga el Toyota, tras arrollar a
su compañero, se sumó a la persecución, sin que la Sra Condesa atendiera las
órdenes de parar el vehículo. La peligrosa carrera terminó con la orgullosa
Esperanza, entrando como un elefante en una cacharrería en su garaje, y
refugiándose en su lujosa vivienda del muy castizo y muy elegante barrio de
Malasaña. Qué vergüenza la de aquellos siete agentes de la Policía Local
aporreando la puerta, para entregarle la correspondiente multa de doscientos
euros. Pero no salió ella a firmarla, no.
Envió
la Grande de España a los dos guardias civiles que custodiaban su mansión, para
ofrecer el parte amistoso de accidente al guardia arrollado. Qué desfachatez la
de aquel insultante funcionario, que no aceptó el ofrecimiento y además,
requirió su presencia para notificarle personalmente la multa. Se mascaba la
tragedia, qué dirán los adinerados vecinos… La Sra. Condesa se negó a salir a
la puerta, y el policía local ultrajado, informó a los guardias civiles de que acto
seguido iba a denunciar a la Muy Grande, Muy Noble y Muy Indignada Esperanza
Aguirre por la agresión anterior y por no obedecer las órdenes de los agentes,
y por poner en peligro la vida de otros madrileños, al protagonizar la absurda
persecución.
No,
no se levantó con buen pie ese pobre funcionario público, que se limitó a cumplir
su deber, a sancionar a un vehículo mal estacionado, igual que hubiera hecho
con cualquier otro madrileño. Ya veremos en qué queda la denuncia, y en qué
queda el día en que un triste policía local trató a Doña Esperanza Aguirre,
como a un ciudadano más. ¿Presionarán sus superiores y Doña Ana Botella al
agente, para que se olvide todo, o se maquille la denuncia? Ya veremos.
Qué
mala suerte. Hombre de Dios, al reconocer la Sra Condesa, ¿no te hubiera
resultado más rentable tragarte la multa y despedirla con una reverencia? Si es
que no puede ser…No sabes con quién estás tratando. Las normas, las leyes, el
Código de Circulación, los “altos” de la Policía Local, las sanciones, esa
pintura amarilla en el bordillo del carril bus… esas mamandurrias (como dice
ella) son para el resto de los mortales. Ella está en otra galaxia, en el
Olimpo de los señalados por el Altísimo para sacar a España de su maldición.
Ay, esos tiempos en los que su dedo índice te apuntaba y te decía solemne –“Usted
no sabe quién soy yo”.
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