jueves, 3 de abril de 2014

CONDESA A LA FUGA

CONDESA A LA FUGA

Eran las cuatro de la tarde, y el policía local de Madrid vio un Toyota Verso aparcado en el carril bus. Hizo señas a su compañero, y se dirigió raudo a sancionar (merecidamente) al ocupante del vehículo. Doscientos eurazos que le iba a endosar al iluso conductor… pero, ay, no era su día de suerte.

No era un madrileño más el conductor. Era Doña Esperanza Aguirre, ex Presidenta de la Comunidad de Madrid, Presidenta del Partido Popular de Maadrid, Condesa Consorte de Bornos y Grande de España, por su matrimonio con Don Fernando Ramírez  de Haro y Valdés, XVI Conde de Bornos. La cara de ese pobre policía se tuvo que arrugar como una pasa, pero el hombre apechugó y cumplió su deber, consciente de que ya era objetivo de decenas de móviles espías. Le pidió la documentación y empezó a tramitar la denuncia, como a cualquier otro madrileño pillado in fraganti.

Entonces fue cuando salió a la luz la soberbia, la casta, la nobleza rancia de la Sra Condesa, que le espetó un escueto –“¿Qué? Bronquita y multita, ¿no?”. La Grande de España se cansó de recibir tanto castigo público, un insignificante funcionario público la había devuelto al planeta Tierra, y la había tratado con el mismo rasero que a cualquier ciudadano. Esto era más de lo que podía soportar. Arrancó su vehículo, sin tiempo a que el agente le entregara la multa, y arrolló su moto, tirándola al suelo. Salió como una posesa, maldiciendo, y desoyendo las órdenes de “Alto” de los policías.

Otra patrulla de la Policía Local, al ver darse a la fuga el Toyota, tras arrollar a su compañero, se sumó a la persecución, sin que la Sra Condesa atendiera las órdenes de parar el vehículo. La peligrosa carrera terminó con la orgullosa Esperanza, entrando como un elefante en una cacharrería en su garaje, y refugiándose en su lujosa vivienda del muy castizo y muy elegante barrio de Malasaña. Qué vergüenza la de aquellos siete agentes de la Policía Local aporreando la puerta, para entregarle la correspondiente multa de doscientos euros. Pero no salió ella a firmarla, no.

Envió la Grande de España a los dos guardias civiles que custodiaban su mansión, para ofrecer el parte amistoso de accidente al guardia arrollado. Qué desfachatez la de aquel insultante funcionario, que no aceptó el ofrecimiento y además, requirió su presencia para notificarle personalmente la multa. Se mascaba la tragedia, qué dirán los adinerados vecinos… La Sra. Condesa se negó a salir a la puerta, y el policía local ultrajado, informó a los guardias civiles de que acto seguido iba a denunciar a la Muy Grande, Muy Noble y Muy Indignada Esperanza Aguirre por la agresión anterior y por no obedecer las órdenes de los agentes, y por poner en peligro la vida de otros madrileños, al protagonizar la absurda persecución.


No, no se levantó con buen pie ese pobre funcionario público, que se limitó a cumplir su deber, a sancionar a un vehículo mal estacionado, igual que hubiera hecho con cualquier otro madrileño. Ya veremos en qué queda la denuncia, y en qué queda el día en que un triste policía local trató a Doña Esperanza Aguirre, como a un ciudadano más. ¿Presionarán sus superiores y Doña Ana Botella al agente, para que se olvide todo, o se maquille la denuncia? Ya veremos. 

Qué mala suerte. Hombre de Dios, al reconocer la Sra Condesa, ¿no te hubiera resultado más rentable tragarte la multa y despedirla con una reverencia? Si es que no puede ser…No sabes con quién estás tratando. Las normas, las leyes, el Código de Circulación, los “altos” de la Policía Local, las sanciones, esa pintura amarilla en el bordillo del carril bus… esas mamandurrias (como dice ella) son para el resto de los mortales. Ella está en otra galaxia, en el Olimpo de los señalados por el Altísimo para sacar a España de su maldición. Ay, esos tiempos en los que su dedo índice te apuntaba y te decía solemne –“Usted no sabe quién soy yo”.

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