miércoles, 4 de abril de 2012

UN HOMBRE JUSTO


UN HOMBRE JUSTO

François Marie Arouet, más conocido como Voltaire, fue uno de los baluartes de la Ilustración y auténtico padre de la defensa de los Derechos Humanos y de la Justicia Universal. Le tocó vivir una época convulsa, de constantes revueltas populares, provocadas por una represión y crueldad brutal por parte de las clases dominantes en la Francia del siglo XVIII.

Él fue el primero de los “escritores comprometidos” de la historia, defendiendo abiertamente la tolerancia, la resistencia contra el fanatismo religioso y la superstición. Desde su posición privilegiada de escritor y filósofo de éxito, con una popularidad e influencia en Francia, y aún más fuera de sus fronteras, tomó partido para restituir el honor a dos hombres ajusticiados brutalmente, en sendos procesos inquisitoriales salpicados de irregularidades.

El primero de estos procesos fue el de Jean Calas, un rico comerciante protestante de Toulouse, al que le tocó vivir una época de absoluta intolerancia en Francia contra el protestantismo. Louis, uno de sus hijos, se convirtió al catolicismo y su primogénito, Marc-Antoine, fue hallado ahorcado. Sectores ultra católicos propagaron rumores que acusaban al padre de asesinar a su hijo, por querer abandonar la religión cristiana protestante.

En 1762, en un proceso lleno de irregularidades, Jean fue torturado en la rueda, después se le estranguló y su cadáver se quemó en la hoguera. Sus bienes fueron confiscados por la Iglesia y sus dos hijas encerradas en un convento de por vida. Su viuda y su hijo Pierre fueron desterrados y encontraron refugio en Ferney (Suiza), protegidos por Voltaire. En 1763 éste publicó su “Tratado sobre la Tolerancia con motivo de la muerte de Jean Calas”, con una repercusión tan enorme, que se volvió a reabrir el caso, con un tribunal traído de Paris.

En 1765, se demostró la inocencia de Jean Calas, se devolvió el honor a su memoria y su familia, y se le restituyeron todos sus bienes. Por supuesto, Voltaire se ganó para siempre el odio de la Iglesia Católica.

El segundo de los procesos fue el de Jean-François La Barre, que fue acusado junto con dos amigos de no quitarse el sombrero al paso del Corpus Christi en 1765. Uno (con 15 años y de familia rica) fue absuelto, otro (de 18 años) fue condenado a tortura y hoguera, pero consiguió huir. Pero La Barre tuvo peor suerte. En 1766 fue torturado salvajemente en público, decapitado y quemado en la hoguera, junto con un ejemplar de un libro prohibido: el Diccionario Filosófico de Voltaire.

En 1766 y 1775 el filósofo publicó dos tratados defendiendo la inocencia del ajusticiado, también con repercusión enorme. No obstante, no fue hasta 1799, 21 años después de su muerte, cuando se consiguió restituir el honor y demostrar la inocencia del caballero La Barre.

Voltaire, muy a su pesar, no pasó a la historia por su tremenda valía como escritor, sino como símbolo de la defensa de libertad, de la defensa de los Derechos Humanos y del compromiso de la cultura con la justicia. Un ejemplo más. Cuando compró los derechos al Gobierno Suizo de administrar justicia y recaudación de impuestos sobre Ferney, se convirtió en señor absoluto de las vidas de sus 20 aldeanos. Al final de su vida, auspiciado por su fama como gobernante justo, Ferney era una de las ciudades más prósperas y ricas de Suiza, y contaba con 30.000 habitantes. Muchos de ellos eran ricos comerciantes y jornaleros con sueldos dignos, en muchos casos perseguidos en Francia, España o Inglaterra, por sus ideas progresistas. Él demostró que el poder absoluto sobre los hombres, no tiene por qué estar basado en la cultura del miedo. Fue, quizás, uno de los hombres más valientes, comprometidos y dignos que ha dado la Humanidad.

Bien podrían aplicarse el cuento más de uno de tantos políticos, que juegan a ser dioses con su pueblo, a golpe de Real Decreto.

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