Torre Agbar de Barcelona. A su izquierda, la Sagrada Familia, Patrimonio de la Humanidad.
Torre Swiss Re, de Norman Foster. En primer término, el Puente sobre el Támesis.
Debajo, la Town Hall de Londres, con el Puente Patrimonio Histórico de la Humanidad, justo detrás.
La Torre Pelli de Sevilla, el primer gran rascacielos de la capital. Está ubicada en el Complejo Tecnológico de la Cartuja, heredero de la Expo 92 y fuera del Casco Histórico protegido por la UNESCO.
SEVILLA
SIN RUMBO
Hace dos años, el que hoy es
alcalde de la cuarta ciudad de España, lideró un “movimiento” de “grandes
señores” de la ciudad de Sevilla. Con el tiempo ese movimiento se convirtió en
TÚMBALA, cuyo único fin en esta vida es derruir la Torre Pelli, el primer gran
rascacielos de mi ciudad.
Comenzaron su andadura con éxito,
consiguieron parar las obras de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, un
impresionante y vanguardista edificio de la arquitecta iraquí Sada Hadid. Es
cierto que encontraron resquicios legales, y la biblioteca ya no se construirá
jamás en ese emplazamiento, pero ¿a qué precio?
Sada Hadid es una de las más
reconocidas arquitectas del mundo, y por supuesto, no entiende de
milongas…pedirá una indemnización monstruosa, que todavía está por determinar
en los tribunales. Cuando llegue el momento, ¿quién va a pagar la factura de un
edificio que no se ha construido? ¿El Sr. Zoido, de su bolsillo? No, la
pagaremos los de siempre, el pueblo, el dinero saldrá de nuestras arcas
públicas, que para eso está, para pagar las deudas de las partidas de póker del
poder.
Después de su victoria contra el
Gobierno de Monteseirín se empecinaron en mantener esa imagen de una Sevilla
inalterable en los siglos, abigarrada en su tradición, sometida a la casposa
concepción de la capital de los toros, la Semana Santa y la Feria de Abril.
Todo lo demás huele a progresista, a modernidad, al temido cambio…a rojo.
Tenían un nuevo objetivo: derribar la Torre Cajasol, y no importaba gastar lo
que hiciera falta, no importaba mover los hilos necesarios.
Incluso nuestro alcalde, D.
Ignacio Zoido, promotor de este grupo de “sevillanos defensores de la Sevilla
Eterna”, denunció la construcción de la torre ante la comisión de la UNESCO,
alegando que atentaba contra los símbolos imperecederos de Sevilla: la Giralda,
los Reales Alcázares y el Archivo de Indias, todos ellos Patrimonio de la
Humanidad.
Daba igual que se pusiera en
peligro estos títulos históricos, no importaba si el estandarte de la Sevilla
del futuro, del cambio a una ciudad moderna, caía, si se perdía la mayor inversión privada (180 millones de euros) de la historia de Andalucía. Nada importaba si así ganaba
los votos de esa Sevilla rancia, de derechas y ultra tradicional, de mantilla y traje de luces.
Pero mira tú, que ahora es
alcalde, y le visita el Comité de Patrimonio de la UNESCO y efectivamente, no
les gusta la Torre Pelli. Ya se afanó D. Ignacio en repetirles una y otra vez
que estaba loco por derribarla, empujado por el movimiento que él creó,
TÚMBALA. Y el susodicho grupo, le amenaza con retirar la catalogación de
Patrimonio Histórico de la Humanidad, si no se recorta la torre a la mitad de
su tamaño.
Cajasol, le contesta al alcalde,
que todos los permisos están en regla, absolutamente todos. Y en su defensa,
alega que no hay un solo punto del centro histórico de Sevilla desde el que se
pueda fotografiar a la vez a la Giralda y a la Torre Pelli juntas. Y es verdad.
Y que si quiere parar la obra, Cajasol le reclamará al Ayuntamiento 200 millones de euros de indemnización.
En un ataque de cara dura, el
alcalde exige a la Junta de Andalucía que pague la multa. O sea, que el resto
de los andaluces paguen la bravuconada de su grupo de defensores de la
tradición. El Gobierno Andaluz, por supuesto, le contesta que él empezó este
desaguisado y sólo él es responsable. Ahora, en un nuevo capotazo a sus
promesas incumplidas, convoca a los medios, la semana pasada, y dice que la
Torre Pelli no está dentro del casco histórico de Sevilla y no atenta contra el
símbolo que es la Giralda. Increíble, ¿en qué quedamos? ¿Ahora ha caído este
hombre en que si se paraba la obra, Cajasol iba a exigir daños y perjuicios?
Pues veremos qué decide el Comité de la UNESCO, porque si Sevilla pierde su
catalogación, sólo habrá un responsable: Don Ignacio Zoido, que fue el que
levantó la liebre.
En cuanto a los señores de
UNESCO, me gustaría preguntarles, si se plantearon también retirar la
catalogación a la Sagrada Familia de Barcelona, cuando le plantaron delante un
enorme consolador de colores fosforitos, y el doble de alto.
O también si se preocuparon
cuando le endosaron otro vibrador (más grande todavía) y la noria más grande
del mundo al Parlamento de Londres y al Big Ben, justo en la orilla de
enfrente. En esas ocasiones, no se inmutaron. No comprendo ese empecinamiento
con Sevilla, señores. Dejen que mi ciudad se modernice, que atraiga turismo
amante de la arquitectura vanguardista, que diversifique su oferta promocional.
En fin, que nos dejen en paz, siempre que no se atente realmente contra los
símbolos de mi hermosa capital.
El último golpe errante de timón
ha sido el concurso que se han sacado de la manga, el de Operación Triunfo al
estilo Zoido, para rebuscar a cantantes noveles. Para esto sí hay dinero. Lo
pagarán con los sueldos de los 500 interinos que han ido a engrosar las colas
del paro desde que usted llegó, y con los dineros que ha restado de las nóminas
de sus trabajadores. Como comprenderá, se ha ganado a pulso el que no le
quieran. A partir de ahora, volveremos a resucitar la copla, subvencionada con
dinero público.
Eso sí, los certámenes de cómic,
teatro, novela, cantautores, dibujo e investigación, que se celebraban en
Sevilla antes de usted llegar, ésos han muerto todos. Todo lo que huele a
progresista, vanguardista, a independiente…suena a rojo ¿verdad? La copla, eso
sí que mola, la tradición, los lunares y el sombrero de ala ancha. Eso sí que le
gusta a los “señoritos”.
Sevilla, un galeón tan hermoso,
tan orgulloso…y sin rumbo en un mar infestado de tiburones, dando bandazos en
la tormenta, en las manos de un capitán
incompetente.
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